NOVENA A NUESTRA
SEÑORA DE LA CARIDAD
DEL COBRE
Acto de Contrición:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros,
hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y
omisión: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso
ruego a Santa María, siempre Virgen, a los Ángeles, a los Santos y
a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro
Señor.
Oración para todos los días:
Acordaos, oh piadosísima Virgen María!, que jamás
se ha oído decir que ninguno de los que haya acudido a Vos,
implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya
sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos también
acudo, oh Virgen, Madre de la vírgenes, y aunque gimiendo bajo el
peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vuestra Santísima
presencia soberana. No desechéis oh purísima Madre de Dios mis
humildes súplicas, antes bien, escuchadlas favorablemente.
Así sea.
Día Primero:
¡Dios te salve! ¡Cuánto se alegra mi alma,
amantísima Virgen, con los dulces recuerdos que en mí despierta
esta salutación! Llénase de júbilo mi corazón al pronunciar el Ave
María, para acompañar el gozo que llenó tu espíritu al escucharla
de boca del Ángel, congratulándose así de la elección que de tí
hizo el Omnipotente para darnos al Señor.
Pídase el favor que se desea conseguir.
Oración Final para recitar todos los días:
Oh, Señora mía, Oh Madre mía, yo me entrego del
todo a tí; Y en prueba de mi filial afecto, te consagro en este
día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra,
todo mi ser. Ya que soy tuyo, Oh Madre de piedad, guárdame y
defiéndeme como cosa y posesión tuya.
Amén.
Día
segundo:
¡María, nombre santo! Dígnate, amabilísima Madre,
sellar con tu nombre el memorial de nuestras súplicas, dándonos el
consuelo de que tu Hijo, Jesús, las atienda benignamente para
alcanzar pleno convencimiento en la práctica de nuestros deberes
religiosos, sólida confirmación en las virtudes cristianas y
continuas ansias de nuestra eterna salvación.
Día tercero:
Llena de Gracia, ¡Oh
dulce Madre! Dios te salve, María, sagrario riquísimo en que
descansó corporalmente la plenitud de la Divinidad: a tus pies nos
presentamos hoy para que la gracia de Dios se difunda
abundantemente en nuestras pobres almas, las purifique, las
engrandezca y cada día aumente más en ellos el verdadero amor a
Dios y a nuestros hermanos.
Día cuarto:
El Señor es contigo: ¡Oh Santísima Virgen! Aquel
inmenso Señor, que por su esencia está en todas las cosas, está en
tí y contigo de un modo muy superior. Madre mía, venga por tí a
nosotros. Pero ¿cómo ha de venir a un corazón lleno de tanta
suciedad. Aquel Señor que para hacerte habitación suya quiso, con
tal prodigio, que no perdieses, siendo madre, tu virginidad? ¡Oh muera en nosotros toda impureza!
Día quinto:
Bendita tú eres
entre todas las mujeres. Tú eres, oh Santísima Virgen María, la
gloria de Jerusalén, tú eres la alegría de Israel, tú eres el
honor de nuestro pueblo. Si por una mujer, Eva, tantas lágrimas se
derramó en el mundo, por ti nos llegó la redención. Por esto, tú
serás siempre bendita. Alcánzanos una fe viva y operante para
considerar e imitar las grandes obras que en ti y por ti obró
Dios.
Día sexto:
Bendito es el
fruto de tu vientre, Jesús. Deploramos grandemente, purísima
Virgen y amantísima Madre, que hayamos cometido tantos pecados,
sabiendo que ellos hicieron morir en tu cruz a tu Hijo. Sea el
fruto de nuestra oración, que no cesamos de llorarlos hasta poder
bendecir eternamente a Jesús, fruto bendito de tu vientre
virginal.
Día séptimo:
Santa María, Madre de Dios. Tu mayor título de
grandeza, tu mayor dignidad, oh María es haber sido elegida para
Madre de Jesucristo, Hijo de Dios. De esta elección divina
proceden todas tus gracias y prerrogativas. No olvides nunca que
también fuiste designada por tu Divino Hijo, al pie de la cruz,
como Madre espiritual nuestra. Que nunca nos falten fuerzas para
mostrarnos como dignos hijos tuyos.
Día octavo:
Ruega por nosotros, pecadores. En ti Virgen María,
como en alcázar nos refugiamos. Aunque el vértigo de la vida y los
enemigos del alma nos hayan despojado o puedan despojarnos de las
preciosas vestiduras de la gracia, alejándonos de ti y de tu amado
Hijo, nunca nos cierres las puertas de Sagrado Corazón.
Día noveno:
Ahora y en la hora de nuestra muerte . Siempre
estamos expuestos a perder la gracia de Dios y condenarnos. Haced,
Santísima Virgen María, que por vuestra intercesión nunca perdamos
el favor de Dios; que en esta difícil lucha por la vida
encontremos en ti la protección maternal que tanto necesitamos y
una Abogada en la hora de nuestra muerte.