Celebramos el 2 de Octubre el Día de
Los Santos
Ángeles Custodios o Ángeles de la Guarda.
Pero la Memoria de los Ángeles Custodios nos trae también el recuerdo de
otra función de los ángeles: la de mantener cerca de los hombres una
presencia fraternal.
En efecto:
«Dios, en su Providencia amorosa, se ha dignado enviar para nuestra
custodia a sus santos ángeles».
El Antiguo Testamento evoca con frecuencia la intervención de algún ángel
para guiar a los patriarcas en sus peregrinaciones o para proteger al
pueblo de Dios cuando éste entra en la tierra de Canaán; y el Salmo 90 nos
hace cantar:
"A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en sus caminos. Te
llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra".
También Jesús hablaría de esa asistencia, que nos garantiza, de los
ángeles. Al recordar la dignidad de los niños, declara:
«Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre
celestial».
Por consiguiente, apoyándonos en sus propias palabras, le pedimos al Señor
que nos veamos
«Siempre defendidos por la protección de los ángeles Y gocemos eternamente
de su compañía».
«Dios te enviará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos»,
dice el salmo 91, y un poeta moderno, glosando la oración infantil de
«cuatro ángeles tiene mi cama», precisa más la intimidad individual con el
Custodio:
«Pero un solo ángel/tiene mi espíritu./ Un solo ángel/(el más amigo)».
Antes, a los niños, después de enseñarles a rezar a Dios y a la Virgen
María, se les enseñaba a invocar todas las noches al ángel de la Guarda,
hermano mayor espiritual, compañero aventajado por la visión de Dios,
tutor, guía, centinela, escudo, discretísimo e invisible maestro en los
peligros cotidianos, aliento, aguijón, consejo, confidencia.
Y esa figura angélica - venerada en la Iglesia por lo menos desde hace
quince siglos -, acoplada a nuestra debilidad como un plus sobrenatural de
sostén y ayuda.
Delegados celestiales junto a nosotros, para creer en los custodios se
necesita la fe que hace niños; nos los imaginamos etimológicamente como
mensajeros de Dios, radiantes y alados, con una hermosura que no es de
este mundo, incondicionales del alma, dulces e inflexibles como un amigo
que nos quiere bien, soplando, como apuntadores a lo divino, las
inspiraciones más altas.
«Fuerte compañía - el poeta enmendaba la jaculatoria popular - que no nos
desampara ni de día ni de noche, atentos a cada segundo, porque todos son
preciosos, de nuestra titubeante existencia, interviniendo en ella con
misteriosos aletazos que nos desconciertan. Y sabiendo que al fin nos va a
presentar ante el Señor con la serena sonrisa del trabajo bien hecho (y en
silencio) para que podamos llegar de su mano a la Ciudad de la Luz.
Ya en el año 800 se celebraba en Inglaterra una fiesta a los Ángeles de la
Guarda y desde el año 1111 existe una oración muy famosa al Ángel de la
Guarda. Dice así:
"Ángel del Señor, que por orden de su piadosa providencia eres mi
guardián, custodiame en este día (o en esta noche) ilumina mi
entendimiento, dirige mis afectos, gobierna mis sentimientos, para que
jamás ofenda a Dios Señor. Amen.”
En el año 1608 el Sumo Pontífice extendió a toda la Iglesia universal la
fiesta de los Ángeles Custodios y la colocó el día 2 de octubre.
Consejos de un santo: San Bernardo en el año 1010 hizo un sermón muy
célebre acerca del Ángel de la Guarda, comentando estas tres frases:
Respetemos su presencia (portándonos como es debido). Agradezcámosle sus
favores (que son muchos más de los que nos podemos imaginar). Y confiemos
en su ayuda (que es muy poderosa porque es superior en poder a los
demonios que nos atacan y a nuestras pasiones que nos traicionan).
San Juan Bosco narra que el día de la fiesta del Ángel de la Guarda, un
dos de octubre, recomendó a sus muchachos que en los momentos de peligro
invocaran a su Ángel Custodio y que en esa semana dos jóvenes obreros
estaban en un andamio altísimo alcanzando materiales y de pronto se partió
la tabla y se vinieron abajo. Uno de ellos recordó el consejo oído y
exclamó: "Ángel de mi guarda!". Cayeron sin sentido. Fueron a recoger al
uno y lo encontraron muerto, y cuando levantaron al segundo, al que había
invocado al Ángel Custodio, este recobró el sentido y subió corriendo la
escalera del andamio como si nada le hubiera pasado. Preguntado luego
exclamó: "Cuando vi que me venía abajo invoqué a mi Ángel de la Guarda y
sentí como si me pusieran por debajo una sábana y me bajaran suavecito. Y
después ya no recuerdo más". Así lo narra el santo.
Ángel de mi guarda, mi dulce compañía,
no me desampares ni de noche ni de día,
hasta que me pongas en los brazos de Jesús, José y María.