Las Campanas Del Templo
Tony de Mello
"El canto del pájaro"
El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro.
Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas
por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o
arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al
unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la
escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y,
con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba
que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que
escuchara atentamente podría oírlas.
Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas,
decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días
en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había
alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo
único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla.
Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las
olas, al objeto de poder oír las campanas.
Pero todo fue en vano; el
ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el
desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que
hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de
quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su
corazón ardía al escuchar aquellas palabras... para volver al
desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún
resultado. Por fin, decidió desistir de su intento. Tal vez él no
estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes
les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda.
Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en
el lugar y decidió acudir por última vez a su observatorio, para
decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió
en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar.
Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el
contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas
era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto
en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo
era el silencio que producía en su corazón...
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una
campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra, ... Y en seguida
todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una
gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de
alegría.