En
nuestra andadura histórica necesitamos apoyos para caminar y no
naufragar en nuestros pasos.
No
son suficientes alforjas materiales que dan seguridad y estabilidad pero
que no satisfacen de manera plena al alma.
Cuando parece todo tranquilo y la satisfacción se ancla en nuestro
entorno, aparece la sombra del temor.
¡Qué
cercano tiene el hombre la debilidad y la fragilidad! ¡Qué pequeño es el
hombre en su grandeza y qué grande es el hombre en su pequeñez!
Y
aunque en el horizonte se vislumbra el “ocaso de Dios”, en el fondo en
el corazón del hombre afloran deseos de bondad, de belleza, de justicia
y perfección; elementos que hablan por sí mismos de que el hombre busca
a Dios, el Totalmente Otro, sin saberlo ni esperarlo.
Y
bien saben los creyentes que “nada está vacío de su presencia, todo es
señal de Él”