Oraciones al Espíritu
Santo
La devoción al Espíritu Santo es de las más excelsas y preciosas
entre todas las que puede practicar el cristiano. Él es Dios, es el
Santificador. Él ha de alumbrarnos, vivificarnos, guiarnos,
fortalecernos, abrasarnos con el fuego del amor divino. Él nos hace
santos apóstoles.
Consagración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!,
la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en
este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los
instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi Director, mi
Luz, mi Guía, mi Fuerza, y todo el amor de mi Corazón.
Yo me abandono sin reservas a
vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras
santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el
modelo de vuestro amado Jesús.
Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu
Santo Santificador. Amén.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA PARA PEDIR ALGUNA GRACIA AL ESPÍRITU SANTO
¡Oh María, Hija humildísima del Padre, Madre Purísima del Hijo,
Esposa amadísima del Espíritu Santo! Yo te amo y te ofrezco todo mi
ser para que lo bendigas. Madre admirable, Consuelo del que llora,
Abogada dulcísima de los pecadores, ten piedad de todos aquellos a
quienes amo; y por tu Inmaculado Corazón, Sagrario de la Santísima
Trinidad, Asiento de tu poder, Trono de Sabiduría y Piélago de
bondad, alcánzanos que el Espíritu Santo forme en nuestro corazón un
nido en que repose para siempre,
Alcánzame lo que con todo el fervor de mi alma te pido, por los
merecimientos de Jesús y los tuyos, si es para gloria de la Trinidad
Santísima y bien de mi alma, ¡Virgen Santa, Esposa del Espíritu
Santo, acuérdate de que eres mi Madre! Amén.
ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
¡Oh Espíritu Santo!, alma de mi alma, te adoro; ilumíname, guíame,
fortifícame, consuélame, dime qué debo hacer, ordéname.
Concédeme someterme a todo lo que quieras de mí, y aceptar todo lo
que permitas que me suceda. Hazme solamente conocer y cumplir tu
voluntad.
SIETE VENTAJAS PRECIOSAS PARA
EL QUE PROPAGA LA DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO
1ª Se crea un lazo de amor
entre nuestra alma y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad
2ª Un aumento notable de todas nuestras devociones, especialmente a
la Sagrada Eucaristía, al Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen.
3ª Una seguridad de recibir en el alma más inspiraciones del
Espíritu Santo y la fuerza para ponerlas en práctica.
4ª Procurar de una manera excelente la gloria de Dios, trabajando
cada día en hacer conocer y amar al Santificador de las almas.
5ª Trabajar muy especialmente por el advenimiento del reinado de
Dios en el mundo, por la acción del Espíritu vivificante.
6ª Ser verdadera y prácticamente apóstol del Espíritu Santo
7ª Atraer sobre el alma auxilios espirituales del Espíritu Santo,
más íntima unión con Dios por medio del Santificador, mayor progreso
en la oración mental, más consuelo y hasta alegría en la hora de la
muerte, después de tan sublime apostolado.
El invocar a menudo al Espíritu Santo es prenda segura de acierto en
las situaciones variadas de nuestra vida.
CONSAGRACIÓN DE LA "OBRA DEL
ESPÍRITU SANTO"
¡Oh Amor, centro y vida de la Trinidad Espíritu Santo!, ven a mí con
tus dones y con tu Amor; me consagro totalmente a Ti para que obres
en mí tu "Misterio de AMOR", el que empezaste a realizar el día de
mi bautismo y que ahora quiero renovar en cada instante de mi vida.
Que tu gracia acompañe siempre todas mis acciones y las transforme
en ofrenda permanente para gloria del Padre y bien de todos los
hombres mis hermanos. Amen.
Reflexión: Creo en el Espíritu Santo
Creo en la tercera Persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu
Santo ha sido llamado por algunos autores "el gran desconocido".
Porque, realmente, sabemos que es la tercera persona de la Santísima
Trinidad, pero apenas sí lo tratamos.
Es preciso que nosotros, como cristianos, intentemos penetrar en el
Misterio de Dios y sepamos agradecerle su ayuda amorosa y constante,
debemos atenderlo en el fondo de nuestro corazón, y saber
responderle con nuestro amor y nuestras obras a todas las
inspiraciones y mociones que de él recibimos.
Hay una tradición en la antigüedad en la que se llama al Espíritu
Santo "el Confortador". Y, realmente, en la práctica, ese nombre y
otros muchos pueden aplicarse al Espíritu Santo.
Porque él nos conforta y nos consuela, nos da fortaleza para
resistir la tentación. Nos ayuda y nos guía en el camino hacia Dios.
También la palabra Paráclito se refiere al Abogado, el que nos
defiende ante los tribunales. Es quien puede rogar e interceder por
nosotros. Quien nos defiende en la lucha contra el enemigo; quien
nos inspira y nos enseña en el camino de la vida interior.
Pero realmente la palabra Paráclito significa "el amigo en la
necesidad". Ya en los escritos de San Pablo vemos que no se limitaba
a pensar que el Espíritu Santo ayudaría a defenderse ante los
tribunales, sino que precisa: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra
debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene,
pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables
" (Rom 8, 26).
Es algo maravilloso ser
conscientes de esto: el Espíritu ayuda a nuestra debilidad Si ayuda,
¿por qué no nos confiamos a él? Si ayuda, ¿por qué no le pedimos? Si
ayuda, ¿por qué no descansamos en él, en vez de querer sacar fuerzas
de nuestros medios humanos?
Los medios humanos no son despreciables, sino imprescindibles para
todo. Pero tienen una medida, un peso, un contenido.
No podemos creernos superpotentes; no podemos creer que somos
capaces de resolver y entender todo, lo divino y lo humano. No
podemos pensar que la oración, el trato con Dios se realiza sólo a
base de esfuerzo personal: es preciso ponerlo, ¡claro que sí!, pero
conscientes de que, sin la ayuda del Espíritu Santo, nada podemos.
Y, si lo invocamos, si creemos en él y en su ayuda, tenemos que
pensar en el Espíritu Santo que reza "en nosotros".
Es tan grande el misterio, que quizás nosotros sólo lo recordamos
como algo extraordinario: las lenguas de fuego en el Cenáculo; los
Apóstoles, entendiéndose en diversas lenguas; la frase evangélica en
que se dice que no se preparen para defenderse, que ya el Espíritu
pondrá palabras en sus labios...
Todo esto fue así, y es real. Pero también es real que ahora tenemos
la atención directa del Espíritu Santo.
Cuando nos confirmamos nosotros, o cuando asistimos a la ceremonia
de una confirmación, el Don que allí recibe quien se confirma es el
mismo que recibieron los apóstoles en el cenáculo, en Pentecostés.
Aunque no se vea ni se note nada, ¡es, existe, vive! Y nosotros
hemos de recibirlo creyendo, valorando lo que es tener al Espíritu
Santo a nuestro lado.
Somos templos del Espíritu Santo, se nos dice al parecer, no nos
enteramos. Y de esto debe deducirse nuestra dignidad de hijos de
Dios, el respeto a nuestro cuerpo y al cuerpo de los demás, el valor
inmenso de saber que no estamos solos.
Al Espíritu Santo debemos invocarlo, rezarle, creer en él de una
forma real y auténtica. No quiere decir esto que nos olvidemos de lo
que tenemos que hacer como personas y seres racionales.
Rezar es lo primero. Esperarlo todo de él, también. Estar seguros,
por fe, de su ayuda, también. Y luego.... no tirarnos por un
precipicio, fiados del Espíritu Santo, ni acometer una empresa para
la que no estamos humanamente preparados; ni "tentar a Dios " o
pecar de soberbia, esperando y exigiendo milagros.
Los milagros se dan, hoy como ayer. El Espíritu Santo actúa hoy,
como ayer, aunque no oigamos "el viento impetuoso" ni veamos
"lenguas de fuego".
Pero nuestra fe, firme y segura, debe ir creciendo a base de
pedirla, porque es un Don de Dios; y a base de acogerla y
desarrollarla, con amor
Los 7 dones del Espíritu Santo son:
Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor
de Dios
ORACIÓN PARA PEDIR LOS DONES
DEL ESPÍRITU SANTO
¡Oh Espíritu Santo!, humildemente te suplico que enriquezcas mi alma
con la abundancia de tus dones.
Haz que yo sepa, con el Don de la Sabiduría, apreciar en tal grado
las cosas divinas, que con gozo y facilidad sepa frecuentemente
prescindir de las terrenas.
Que acierte con el Don de Entendimiento, a ver con fe viva la
trascendencia y belleza de la verdad cristiana.
Que, con el Don de Consejo, ponga los medios más conducentes para
santificarme, perseverar y salvarme.
Que el Don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la
confesión de la fe y en el camino de salvación.
Que sepa con el Don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y
el mal, entre lo falso y lo verdadero, descubriendo los engaños del
demonio, del mundo y del pecado.
Que, con el Don de Piedad, os ame como a Padre, os sirva con
fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.
Finalmente, que con el Don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto
y veneración a los mandamientos divinos, cuidando con creciente
delicadez de no quebrantarlos lo más mínimo.
Llenadme sobre todo, de vuestro santo amor. Que ese amor sea el
móvil de toda mi vida espiritual. Que lleno de unción, sepa enseñar
y hacer entender, al menos con mi ejemplo, la sublimidad de vuestra
doctrina, la bondad de vuestros preceptos, la dulzura de vuestra
caridad. Amén.