La Casa de
Dios
Autor: Adaptación de J. Real Navarro
Un joven se puso a buscar la casa donde vivía Dios. La buscó por
todas partes, por los sitios más recónditos y apartados.
Interrogaba a todos y a todo lo que se cruzaba en su camino.
Cuando preguntaba a los pájaros, éstos le respondían con sus
mejores cantos. Si lo hacía a las flores del campo, contestaban
lanzando su fragancia a los vientos. Si les preguntaba a los
animales, éstos daban brincos y saltos de alegría. Incluso llegó a
preguntarle al mar, quien le respondió con una suave brisa marina.
No había duda de que conocían Dios, pero no encontraba su casa
para poder estar con él.
Preguntó a
los hombres y mujeres que encontró por el camino y le hablaron
maravillas sobre Él. Pero de su casa, nada. Hasta que preguntó a
un hombre que le respondió lo siguiente:
— Si quieres encontrar su casa, vente conmigo y la descubrirás.
Aquel hombre le llevó hasta una aldea cercana, donde el hambre
amenazaba a todos sus habitantes. El hombre le dijo que se
desprendiera de todo lo que tuviera de comer y de valor y lo
compartiera con aquellas gentes. El joven, contrariado, le dijo:
— ¿Y eso qué tiene que ver con encontrar a Dios? Si les doy todo
lo que tengo me quedaré sin nada.
Y aquel hombre le respondió:
— Cuando tu corazón esté desapegado de todo, y no te importe
quedarte sin nada, descubrirás dónde vive Dios.
El joven
comenzó a compartir todo lo que tenía con aquellos necesitados, y
mientras lo hacía, comenzó a sentirse bien, más lleno que nunca.
Empezó a entender por qué brincaban los animales o las flores
lanzaban al viento su aroma: todos hablaban maravillas de Dios.
La casa de
Dios estaba dentro de su corazón. Lo que buscaba por fuera lo
tenía dentro. Ahora se había creado el espacio suficiente para que
Dios pudiera vivir en su interior.