Del Libro De
La Vida y De La Muerte
Buscando
fortalecer mi compasión en estos días en los que el miedo me
llevaba al odio, abrí El libro Tibetano de la Vida y de la Muerte
(Sogyal Rimpoché) por el capítulo sobre la compasión, y leí cómo
Asanga, uno de los más famosos santos budistas de la India, marchó
a la montaña para meditar sobre el Maitreya, el Buda de la
compasión.
Durante seis años Asanga meditó con total
austeridad, pero no consiguió ni siquiera un sueño, así que
decidió abandonar su retiro. A los pocos pasos encontró un hombre
que pulía una enorme barra de hierro con un trocito de seda.
- ¿Qué haces?, preguntó Asanga.
- Necesito una aguja - Contestó el hombre - y me la estoy
haciendo.
Asanga se dijo: "Gastamos nuestra vida en empresas absurdas,
¿acaso no puede dedicar algo de tiempo a la vida espiritual?", y
volvió a su retiro.
Transcurrieron tres años y no recibió ninguna señal, así que
volvió a desanimarse y decidió abandonar. En el camino encontró a
un hombre que frotaba con una pluma una roca enorme y que le
explicó que trataba de hacerla desaparecer porque impedía que el
sol diera en su casa.
Asanga se sintió asombrado ante tanta energía y volvió avergonzado
a su retiro, donde pasó otros tres años. Transcurrido este tiempo
sin que nada hubiera sucedido se sintió desesperado y abandonó su
retiro definitivamente. Pasaron las horas y entrada ya la tarde se
encontró con un perro tendido en medio del camino. La mitad
trasera de su cuerpo estaba herida, cubierta de pus. Asanga se
sintió tan conmovido por el animal que se cortó un pedazo de su
propia carne y se la dió al perro para que comiera. Después se
arrodilló para limpiar sus heridas, pero vio que el único modo de
quitarle el pus sin causarle más dolor era con la lengua, así que
cerró los ojos para no ver la repulsiva masa y se inclinó sobre él
para lamerle las heridas, pero su sorpresa fue enorme cuando su
lengua tocó el suelo. El perro había desaparecido y en su lugar
estaba el Buda Maitreya.
Por fin, dijo Asanga, ¿por qué no has aparecido antes? Maitreya
sonrió dulcemente:
- He estado contigo todo el tiempo, dijo, pero no podías verme. Tu
trabajo ha ido purificándote y por eso pudiste ver al perro.
Luego, tu compasión limpió el resto de la oscuridad de tus ojos, y
ahora puedes verme. Y si quieres comprobar lo que te digo, cárgame
en tus hombros y llévame al mercado. Asanga cargó a Maitreya
en su hombro derecho y se dirigió Al mercado.
- ¿Qué llevo en el hombro?, empezó a preguntar, y
la gente le decía:
- Nada. Únicamente una anciana que había purificado su karma,
contestó:
- Llevas el cadáver de un perro putrefacto.
Aquí acaba la historia que leí. Ayer, cogí el
metro, y al darme cuenta de que miraba a un marroquí con miedo,
pedí a Dios que me ayudara a ver que él era como yo. Y entonces
sentí que aquel hombre no sólo era "como yo", sino que era "como
Él". Esa sensación me sacudió, y tras ella me llegó el
convencimiento de que todos los seres somos Dios y que todo lo que
hacemos es su obra. Otra forma de decirlo sería que todos somos
hijos de su amor y todos nuestros actos son actos de amor.
Entonces pensé en los terroristas, los violadores,
los asesinos, e intenté verlos también como Dios, y a sus actos
como misteriosos actos de amor, y sentí una repugnancia parecida a
la que sentiría si tuviera que lamer el pus de una terrible
herida, y me di cuenta de que cuando pueda "lamer" una herida
semejante, veré lo mismo que vio Asanga, y que ésta es la más
misteriosa de las verdades. Así que rezo para que todos podamos
verla.
Autor ;desconosido